Película
dirigida por Robert Zemeckis basada en la novela gráfica de Richard McGuire,
portadista habitual de The New Yorker. Una de las curiosidades más interesantes
por las que merece la pena ver la película es la impactante operación de
rejuvenecimiento digital, gracias a la inteligencia artificial, de Tom Hanks y
Robin Wright, una de las parejas protagonistas y desde luego un esperado
reencuentro cinematográfico. Es por eso un guiño nostálgico a una de las
películas más memorables de los 90 Forrest Gump (1994), repitiendo además con varios miembros del equipo de dirección, artístico e incluso del
guión y conmemorando así su 30 aniversario. Cabe destacar además la banda
sonora del premiado Alan Silvestri, que ya puso su música al servicio de Polar Express
y Forrest Gump.
En esta ocasión Zemeckis dirige una película muy curiosa, ya que la cámara casi nunca se mueve del mismo lugar, de ahí el nombre de la película, tratando de capturar la vida y el paso del tiempo ahí mismo, desde la era de los dinosaurios a nuestros días, centrándose sobre todo en la penúltima familia que vive allí, un matrimonio que la compra en la segunda mitad del siglo XX y sus hijos, uno de los cuales se casa y forma parte, con su nueva familia, de esa gran familia, con la que a veces, la convivencia no es buena.
Un plano fijo que atraviesa varios hilos temporales de la historia de los EE.UU, incluyendo algunos de sus personajes históricos famosos, pero que no sigue una cronología lineal, abriéndose incluso portales a otros tiempos que añaden mucha riqueza y movimiento a la película, que bien parece un mosaico. Aparecen muy brevemente escenas de los nativos americanos, Benjamin Franklin, uno de los pioneros de la aviación de principios del siglo XX o el inventor de la silla abatible de los años 30, así como intuimos los efectos de la gripe de 1918 o la emocionante aparición de los Beatles en el programa de Ed Sullivan.
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